domingo, 9 de enero de 2011

LA MUJER EN LA HIPERPOLÍTICA



LA MUJER EN LA HIPERPOLÍTICA.

Reflexión basada en la obra de Peter Sloterdijk, “EN EL MISMO BARCO. ENSAYO SOBRE LA HIPERPOLÍTICA” (Reflexión del autor sobre el actual camino de la vida de la horda).

MAX. LUGO.

 En la actualidad, la catástrofe de Babel ha dado origen a una dispersión tal, que los más de seis mil millones de seres humanos que pueblan la tierra, divididos en ciento noventa y tres estados con reconocimiento internacional, mas los no reconocidos por la totalidad de las naciones y treinta y nueve territorios dependientes de otros, que hablan aproximadamente cinco mil cien idiomas y muchos otros dialectos, paradójicamente, en la época de mayor comunicación en el mundo, sostienen un diálogo de sordos en el que cada día es más actual la maldición bíblica, por lo que resulta remoto suponer que con la idea de alguno o algunos de ellos pueda resolverse la pluralidad de pensamientos y puntos de vista entre unos y otros, y existan así gobiernos funcionales en todos los niveles en los ámbitos nacional e internacional..

Sin embargo, y dado que la fase que se vive no es el fin del fin, sino sólo el de una etapa y el inicio de otra, el gran reto --prima facie— del político o mejor aún de la política (de sexo femenino), es tener claros los conceptos de lo posible y lo deseable. Enfrentarse a la tarea de hacer este mundo el mejor de los mundos posibles y como en su tiempo dijera Leibniz, aun con sus lobos y ovejas, tomar para sí el ser mediador entre ancestros y descendientes y con base en uno de los más antiguos métodos, el de repetición, aprender el procedimiento y obtener ganancias donde la hiperpolítica sea la continuación de la paleopolítica, aunque por otros medios.

En la paleopolítica, Sloterdijk imagina a las hordas como islas flotantes que avanzan lentamente de modo espontaneo por los ríos de la naturaleza. Yo también imagino a los errabundos hombres de Neardental, Cro- Magnon, Grimaldi y Chancelade , formando las incipientes culturas Levalluisiense , Mustriense, Gravettiense, Auriñacience, Solutrense y Magdaleniense allá en el Pleistoceno y parte del Holeoceno; en las etapas de clima suave y de frío intenso a que dio lugar la última glaciación durante el Paleolítico medio y superior, siendo dirigidos por una mujer. Útero humano dador de vida por razón natural y privadora de ella por razones económicas y demográficas, aun con toda la tragedia que a ello pueda implicársele.

La historia de la humanidad da cuenta de la necesidad de que unos mueran para que otros vivan; esto es, que la sobrevivencia del hombre ha sido a costa del mismo hombre. La madre del paleolítico asimiló este principio y lo puso en práctica por el bien de la horda; en ésta no sólo tuvo la relevancia natural de la matrinialidad, sino que de acuerdo a las investigaciones que se han llevado a cabo, y sin descartar que los líderes de las hordas pudieron haber sido también varones y no sólo mujeres como yo lo supongo, fueron éstas --conforme la teoría de Johann Jakob Bachofen-- las que preponderantemente asumieron la encomienda de su dirección matriarcal, es decir, el matriarcado de la horda; entendiéndose como tal según el propio Bachofen, el sistema donde las mujeres tienen el dominio sobre los hombres y organizan las esferas de la vida social.

Sloterdijk parece estar convencido del matriarcado de la horda y de la selección matriarcal por razones económico- demográficas a que me referí con antelación. Él señala al respecto en su obra, lo siguiente: “…es evidente que en el ámbito del paleolítico se mantiene un matriarcado (de arjé) psíquico que se hace respetar en cuanto poder sobre el limitado ressource del amor materno. Que el descubrimiento de lo trágico no fue privilegio de la cultura superior ---como tampoco lo fueron el descubrimiento del más allá y el de la transmisión de la potencia cultural---, sino que lo trágico está fundado en la administración paleopolítica de los bienes escasos…”.

En la horda de la prehistoria, el matriarcado como útero social, como principio psíquico que representaba, se complementó con las esferas psicoacústicas que aglutinaban al grupo a través de la música y el canto, así como del protolenguaje. Los ruidos entre hordas debieron ser distintivos de su identidad y éstos son los que constituyen, de acuerdo a Sloterdijk, las “islas Sociales”.

En este punto, quiero hacer una digresión para subrayar un aspecto que para mi tiene singular importancia y que tal vez, haya pasado inadvertido la mayoría de las veces en que se medita sobre el carácter psicoacústico de las esferas que aglutinaban la horda; esto es, que la música y los ruidos que hacían posible el baile y la convivencia social, así como el protolenguaje, eran vehículos captados por el oído que llegaban hasta la psique del individuo.

En efecto, si bien el sentido del oído humano no se encuentra y obviamente a la sazón, no se encontraba tan desarrollado como el de los mamíferos inferiores en que es hipersensible, el oído del hombre capta las ondas sonoras y vibraciones desde que éste se encuentra en el claustro materno y resulta ser --según Plutarco en su Tratado de la escucha-- quien a la vez toma su afirmación de Teofrasto, el más patético y a la vez el más lógico de todos los sentidos. Patético, porque “nada de lo que puede verse, gustarse o tocarse produce enloquecimientos, tribulaciones, emociones tan grandes como los que se apoderan del alma cuando ciertos ruidos resonantes, estruendos y gritos la afectan por el oído”; y lógico, porque es el sentido que puede recibir el logos ( aquí incluyo la palabra, el protolenguaje y el lenguaje) mejor que cualquier otro. Por eso, acota Plutarco, el oído tiene más lazos con la razón que con las pasiones; y por consecuencia, estimo, es el sentido humano más influyente desde la paleopolítica hasta la hiperpolítica.

Retomando el concepto de “islas sociales”, debe decirse que con el paso del tiempo, estas protosociedades se fueron alejando de la opresión de la vieja naturaleza, evitando el conflicto y alcanzando el lujo. El homo sapiens pasa de recolector- cazador a agricultor; la horda pierde su razón de ser como isla flotante. El hombre de este período renuncia a ser nómada y se establece en algún lugar; se da la ocupación como protoforma de posesión; domestica al perro y a otros animales; su manifestación de poder crece respecto al próximo, y es el punto de quiebre del matriarcado al pasar a la horda de hordas en que dio inicio la fase de la política clásica con las primeras culturas. Al Atletismo de Estado y la megalopatía, de acuerdo a Sloteridijk .

En este trance, la mujer, la matriarca, consciente o inconscientemente pierde el control de su grupo; ya no será quien controle a la horda de hordas. En adelante, estará condenada al silencio, la obediencia al varón y al recogimiento doméstico. Es este último cual atleta, quien toma la estafeta de la política de la República. La mujer estará ausente del gobierno, a no ser eventualmente como esposa o madre del monarca o dirigente en turno.

En Egipto, una de las altas culturas más antiguas que se conoce, de acuerdo a la tabla de Jürge von Beckerant, de la I a la XXXI dinastías, es decir del año 3032 al 335 antes de nuestra era, de no ser sólo como consortes, no se registra alguna mujer como monarca; tampoco en la época de los reyes griegos: Alejandro Magno, Filipo Arrideo y Alejandro IV; y es sólo en la de los Ptolomeos durante los años 81 a 80, 58 a 55 y 51 a 30 (a.n.e.), en que las Cleopatras: Berenice III, Berenice IV y Cleopatra VII Filópator, asumen el trono per se en los respectivos años; trono que es retomado por los varones, ahora de Roma, desde el mismo año 30 hasta el 313 de nuestra era.

Al igual que en Egipto, en China, que de sus 3776 años de historia casi 3677 corresponden al dominio de 13 dinastías que van desde la Shang (1766-1027 a.n.e) a la Manchú o Quing (1644-1911), no se advierte la participación preponderante de la mujer en la cosa pública; lo mismo puede decirse de las culturas India y Mesopotámica, así como entre los griegos y romanos, en donde salvo raras excepciones, la mujer tácitamente fue condenada al mutismo y a la obediencia del hombre, a quien Aristóteles en la “Política” consideró “por naturaleza más apto para mandar que la mujer” en tanto que a ésta, como un hombre incompleto.

En la Grecia de Heráclito, Platón y Aristóteles, surgen simultáneamente el homo políticus y el homo metaphysicus; ahora el vínculo que les aglutina ya no son las esferas psicoacústicas de la horda; son los lazos de amistad entre varones, ese vínculo psíquico que trascienden la familiaridad; se privilegia el diálogo filosófico- político como causa de esa amistad. La política pasa a ser un oficio, un arte (techné) que se enseña o por lo menos se trata de enseñar y se ejerce; se cuestiona si debe gobernarse basándose en la episteme o sólo en la doxa. Empero, todo esto es trabajo y actividad de hombres.

De Grecia se pasa a Roma, de ésta a la caída de su Imperio en 476 en que da inicio la Edad Media hasta su conclusión hacia 1492 con el descubrimiento de América, o en 1493 con la caída de Bizancio; y aunque en La Edad Moderna que siguió a la anterior se integró al Viejo Mundo (Eurasia y África) el recientemente descubierto Nuevo Mundo (América), la situación de la cosa pública para la mujer no cambió en alguna medida significativa; salvo excepciones, los varones siguieron detentando el poder real de las coronas, imperios, dictaduras y Estados y han continuado haciéndolo en la Época Contemporánea, cuyo inicio fue en 1789 con la Revolución Francesa y de la cual llevamos 221 años sin una variación relevante al respecto y en la que surge la hiperpolítica.

No se puede negar –como lo he admitido con antelación-- que a lo largo de más de veinte siglos de historia, han habido algunas mujeres destacadas dentro de la actividad política; ya en el período clásico, ya en el de la hiperpolítica, verbigracia: Isabel de Castilla, Catalina de Médicis y Catalina II de Rusia; lsabel I e Isabel II, ambas de Inglaterra; Indira Gandhi, Golda Meir y más recientemente Hillary Rodham Clinton, entre otras; sin embargo, estimo que todas las mujeres que han asumido algún cargo político de importancia o no, bien sea a niveles local, regional, nacional o internacional, han gobernado al estilo masculino. Ninguna ha antepuesto como un gran útero social su feminidad –no su feminismo—al viejo estilo varonil caduco, que ha privado durante más de dos mil años.

Tal vez, a las mujeres que han accedido a la cosa pública no les ha dado tiempo o no se han dado el tiempo para gobernar como mujeres, retomando las experiencias posibles de la paleopolítica, y adaptarlas a la hiperpolítica. El hacer un gobierno de mujeres para hombres y mujeres, debe ser la tarea primordial de la mujer que pretenda aspirar a un cargo público y a la vez su gran reto; ha de buscar cual matriarca de aquellas hordas, en esta horda de hordas, los elementos que dentro de lo deseable sean posibles y llevarlos a cabo; deberá encontrar las nuevas esferas psicoacústicas que aglutinen a la horda de hordas solitarias, haciendo una reingeniería social para que los sordos dialogantes oigan, retomando así la estafeta perdida al inicio del período de la política clásica.

 No basta la observancia de su aplicación y efectividad de las tres generaciones de derechos humanos derivados inicialmente de los postulados de la Revolución Francesa, y a su vez de la Declaración Universal de Derechos Humanos, propuestas por Karel Vasak en 1979; tampoco el inicio de una cuarta generación ante nuevas amenazas en contra de los de las tres primeras, pues si la mujer no asume su papel histórico en la hiperpolítica en estos tiempos críticos de política global, como lo hizo en la paleopolítica, difícilmente recuperará el liderazgo que debió tener con antelación al inicio del Atletismo de Estado.

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